Cuando comenzamos a preparar el itinerario por la Costa Amalfitana, soñamos con realizar un viaje de experiencias, un viaje para los sentidos. Perdernos en los pueblos, conocer su cultura, conversar con sus habitantes, y vivir su vida por unos días. Cocinar con ellos fue un bonus track y una verdadera caricia al alma. Cuando hablamos de la comida típica del sur de Italia y de las islas –Sicilia y Cerdeña, aunque estas tengan su identidad culinaria propia–, hablamos de pasta, pizzas, tomates, mozzarella, limones, albahaca…..mar y sol.
Investigando, recorriendo y preguntando, logramos salir de las rutas habituales para el turista en locales comerciales en el centro de Sorrento. Esa no era precisamente la experiencia que pretendíamos vivir. Sino mezclarnos con verdaderos napolitanos en su propia residencia, en las afueras de la ciudad. Y logramos este objetivo: conocimos Villa Ida, una villa del año 1.600 con historias familiares, tradiciones, encuentros y desencuentros, donde una familia entera nos recibió y nos brindó toda su pasión por la verdadera cocina italiana fatta in casa.
Nuestros inolvidables anfitriones son los Cuomo, una familia napolitana de 20 miembros que viven en la Villa, que se compone de varias propiedades. Carlo, al frente del clan, es un personaje entrañable lleno de historias del pasado familiar, y un apasionado por la buena comida, las tradiciones familiares y quien con su pequeña producción de vino local, reúne todos los años al familión en su propia vendimia.
Es temprano y nos reciben con un desayuno con productos caseros: jugo de naranja, de almendras, café y torta de ciruela.
Después del cálido recibimiento, pasamos al área de la cocina donde nos embarcamos en la experiencia única de aprender a cocinar una deliciosa comida napolitana. Para comenzar su clásica mozzarella di bufala campana, de denominación de origen, probablemente el queso fresco más famoso del mundo con ensaladas de tomate y pepino, condimentados espectacularmente y donde el color del tomate, es tan intenso que entristecería a nuestros tomates, y tan radiantes como la risa contagiosa de Carlo. Pasamos al primer plato con la infaltable pasta con salsa pommodoro, unos ñoquis de papa, los típicos gnoccis amasados con nuestras propias manos bajo la atenta mirada de Roberta. Segundo, típicos Bracciola, para nosotros niños envueltos, con un estofado exquisito con sabores que nos llenan de recuerdos. Para terminar, por supuesto, un Tiramisu que se robó el corazón de todos los presentes.
Fuimos recibidos en su casa, con toda la calidez de quien recibe amigos en su casa durante las 3 horas que duró la visita a Villa Ida. Una experiencia que nos llenó de nostalgia y nos transportó al menos por un rato, a la cocina mágica de nuestras abuelas.
Más información:
www.villaidasorrento.com