Cuando las esbeltas torres grises de Chateau Palmer aparecen por primera vez en una curva en el camino justo a las afueras de Margaux, uno sólo puede augurar otro recorrido de paisajes inolvidables y arquitectura grandiosa. Sin embargo, el castillo terminado en 1854 desafía las expectativas, evitando las normas o clasificaciones, combinando elegancia clásica, esplendor renacentista y espontaneidad barroca.
Así, al ingresar a estas tierras, vimos perplejos un nuevo y orgulloso monumento de pie en la entrada como una noble guardia suiza encargada de proteger lo más precioso. Cuando el camino finalmente termina, de repente queda claro que el verdadero corazón de Chateau Palmer no es sólo su imponente castillo, sino una aldea de casas de piedra rubia con aceitunas verdes y rosales, separadas por pequeños callejones pavimentados de grava, sombreados por castaños.
En junio de 1814, un joven ambicioso oficial británico llamado Charles Palmer, quien recientemente había heredado una pequeña fortuna, viaja desde Bordeaux a Paris y de allí volvía a su Londres natal.
Sin embargo una sorpresa lo esperaría en su camino, cuando Palmer se encontró con una joven noble recientemente viuda, Marie Brunet de Ferriere. Rápidamente Charles se sintió hechizado por la dama y por su cautivadora historia sobre sus tierras y sus viñedos en los dominios de Gascq, que ella estaba teniendo que vender por un cuarto de su valor! , e iba hacia París en busca de un comprador. Para el final del viaje por supuesto, nuestro anfitrion Charles Palmer era dueño de una finca de Medoc.
Tal era el instinto y la previsión del futuro mayor general que él no había visto una bodega, sino un lugar que podía reflejar sus propias pasiones y ambiciones. Desde 1814 a 1831, Palmer compró tierras y viñedos de los alrededores hasta que Chateau Palmer se extendió unas 163 hectáreas consutruyendo alli una impresionante bodega e introduciendo equipos modernos y técnicas agrícolas. Era un castillo para una nueva era.
Tuvimos la oportunidad de recorrer el Castillo junto a Annabelle Grellier, Directora de Comunicación, con quien recorrimos sus viñedos, degustamos de sus vinos más emblemáticos, y fue ella quien nos relató acerca la pasión del gran general por sus tierras y sus abundantes gastos en la propiedad que sugieren que la verdadera aspiración de Palmer era dejar un legado.
En última instancia, las inversiones resultaron demasiado costosas, obligándolo a vender a sus acreedores, la Caisse hypothécaire, en 1843. Charles Palmer murió antes de que pudiera ver su finca clasificada entre los mejores vinos de Bourdeaux en 1855. Hoy su legado es irrefutable.
Recorrer edificios de este sector de Europa con más de un centenar de años de historia, no sólo nos transportaron a esas historias de nobles sino también a las experiencias que la mayoría de estas construcciones, sufrió durante la primera o la segunda guerra mundial.
La gran responsabilidad de la gestión de la finca durante la Segunda Guerra Mundial recayó en Edwuard Miailhe. La ocupación alemana había dejado el castillo en mal estado, pero la década de 1950 vio su regeneración y así comenzó una era de estabilidad. El año 1961 fue un año hito en la carrera de Jean Bouteiller yerno de Edward y en la historia de la propiedad. Esta legendaria cosecha consagró el estado de Palmer como uno de los mejores vinos de Bodeaux.
Estar dentro del castillo, donde su chef de origen japonés, Seiji Nagayama, preparó un almuerzo personalizado, con su impronta oriental y una exquisita combinación de sabores, nos permitió maridar y degustar sus exclusivos vinos: Vin Blanc de Palmer 2015: Con sus uvas Muscadelle 49%, Loset 35% y Sauvignon Gris 16%; Alter Eco 2010: Merlot 49%, Cabernet Sauvignon 51% y Chateau Palmer 1995: Merlot 40%, Cabernet Sauvignon 51%, Petit Verdot 9%.
Una experiencia donde tanto la naturaleza como la historia y la mano del hombre, dejaron perplejos y satisfechos nuestros sentidos.
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