Cuando se piensa en un viaje por California, es tentador incluir en el itinerario una parada que, para la mayoría es casi obligada. Sin dudarlo, nosotros decidimos destinar unos días para visitar Disneyland®, para la alegría de grandes y chicos.
Para que la visita al mundo mágico sea perfecta, fue imprescindible escoger muy bien el alojamiento, ya que es necesario tener en cuenta, que un lugar para descansar no es tal sin detalles que lo hagan encantador, sin ese mimo que lo distingue.
En esta ocasión, nos alojamos en el recientemente estrenado The Westin Anaheim Resort, un hotel deslumbrante con 618 habitaciones, con vistas espectaculares al parque Disneyland California Adventure® . Tan es así, que apenas entramos a la suite, ese paisaje nos atrajo como un imán. Inevitable ir directo al balcón a apreciar esta vista tan original e inusual.
En efecto, desde nuestro balcón teníamos de fondo a la tremenda Incredicoaster, la montaña rusa de los increíbles, que al anochecer enciende sus luces y logra un marco apropiado para un sinfín de selfies y recuerdos. Como habíamos arribado por la tarde, disfrutamos esa noche desde la terraza del hotel, de los fuegos artificiales nocturnos que irrumpen en el cielo desde el corazón del parque. Una sorpresa que no esperábamos.
Allí mismo, se encuentra el Westin Club Lounge, un espacio destinado a quienes desean ser parte de un servicio exclusivo con bebidas y appetizers a toda hora (si, a toda hora!). Incluso es posible desayunar allí con mayor privacidad en lugar de hacerlo en el restaurant de la planta baja.
Ya de vuelta en la suite, pudimos apreciar detenidamente sus detalles arquitectónicos y decorativos, con tonos cálidos y neutros, toques de detalles dorados y obras de arte serenas.
El hotel ofrece programas exclusivos como parte de los 6 pilares del bienestar de la marca: Dormir bien, comer bien, moverse bien, trabajar bien y jugar bien.
La cama con su confortable doble sommier y sus almohadas de pluma nos invitaban a sumergirnos literalmente en ella.
El baño, un comentario aparte, con una tina enlozada imponente, brillantes y elegantes pisos de marmol blanco y un box de ducha moderno y relajante. Aceites esenciales y hasta el detalle de un bálsamo de lavanda en la mesa de luz para utilizar antes de dormir y lograr el mayor relax, son parte de los programas de bienestar.
Pudimos observar que las suites y habitaciones pueden unirse, de manera que una familia de 4 o más integrantes puedan pasar su estadía en dos cuartos y tener su propio departamento, ya que una suite con estar (Park view Suite) se combina con una habitación y de esta manera se convierte en una sala de estar independiente, pero común para todos, donde mirar TV, sentarse a comer algo o simplemente disfrutar en familia es parte del programa. Juntos pero no pegados.
Al día siguiente, desayunamos bien temprano en Tangerine Room, donde por la noche se convierte en un restaurante exclusivo que visitaríamos en la cena. Allí sobre las largas mesadas, un continental breakfast muy variado era el anfitrión que nos recibía, ofreciéndonos todo tipo de frutas frescas, yogurts, fiambres, quesos, dulces, jugos y un abanico muy tentador de bollería artesanal. Al mismo tiempo, la carta de platos calientes completaba esta deliciosa experiencia.
Antes de emprender el día, una pasada por el Fitness Studio resultaría estimulante, sus bicicletas Peloton, TRX de entrenamiento funcional, pesas libres y equipos cardiovasculares eran espectacularmente nuevos. El hotel también es uno de los primeros a nivel mundial en presentar la nueva recuperación a medida de la marca Westin, una estación equipada con dispositivos de Hyperice, el experto en tecnología de recuperación.
Al salir de allí descubrimos la piscina exterior climatizada, y por un momento daban ganas de quedarse a pasar el día relajado allí…
Volviendo por la tarde de los parques, ya en el lobby, los aromas relajantes nos reciben e invitan al disfrute; decidimos ir por unas bebidas refrescantes y subir a conocer RISE; el Rooftop Lounge Bar que el hotel tiene en una de sus terrazas, donde las vistas a Disneyland®, la música en vivo y un rico cóctel eran el mix perfecto para el atardecer.
Ya de vuelta en la suite, pudimos apreciar detenidamente sus detalles arquitectónicos y decorativos, con tonos cálidos y neutros, toques de detalles dorados y obras de arte serenas.
Ya es hora de cenar y nos acercamos como en la mañana al Tangerine Room. Antes que nada, debo confesar o mejor dicho spoilear que la comida no fue sólo una cena…. pudimos saborear un menú de pasos maridados, donde cada propuesta era una caja de sorpresas llena de sabores, texturas y combinaciones que, al igual que los vinos que maridaban, merecían aplaudir en cada bocado.
Cauliflower & White Truffle Cappuccino. El primer paso fue un Amuse Bouche que a simple vista era un “cappuccino”, si, una taza espumosa, pero en este caso de coliflor y trufa blanca, acompañado de un pan brioche con trufa negra y ambos maridando con un Dao Rosé, de Paso Robles, California. Desconcertante, genial y fuera de todo concepto. Un comienzo espectacular.
Pacific Diver Scallops. Luego llegaron unas vieiras del pacífico con hongos hon shimeji y ajo negro. Una entrada tierna, amable con detalles y texturas que el ajo y los hongos se encargaron de acompañar increiblemente. Sabroso. Aquí maridamos con un Rombauer Sauvignon Blanc de Napa Valley. La acidez justa para un plato delicado y untuoso. Grimaud Farms Muscovy Duck Salad. El Muscovy Duck es la variedad de pato más magra que existe, por eso este plato ya anunciaba algo delicioso. Venía acompañado de un delicadísimo huevo frito de codorniz, vegetales y una vinagreta de naranja y avellanas inédita para mi paladar. El chardonnay de Château Buena Vista californiano, era por lejos una de las estrellas de la noche, que bien maridaba con esos sabores!Con certeza, debo decir que hasta aquí la labor del chef y su equipo era descollante.
Snake River Farms Wagyu Tenderloin “Oscar”. Como en todo menú de pasos, llegaba el momento del plato fuerte o protagonista, un bife Wagyu con toda su untuosidad a la vista, acompañado nada más ni nada menos que de un cangrejo gigante de Alaska, crema holandesa, pequeñas raíces y chirivía. Esta maravilla culinaria fue maridada con un tinto fantástico, Raymond reserve. Un gran exponente de los Cabernet Sauvignon del valle de Napa.
Es aquí donde decidimos terminar de llamar cena a esto que está sucediendo y ponerle otro rótulo. Podría ser experiencia, o también se podría rotular como arte pero pensándolo mejor ambas conjugarían perfectamente, entonces podríamos decir, que vivimos una “experiencia deliciosa de arte gastronómico”.
Strawberry Citrus Buttercake. Para completar este sinfín de genialidades, vino el postre, un bizcocho de dulce queso crema y helado de frutilla. Pero aquí no termina, ya que su acompañante era un espectacular Riesling de Château Montelena, histórica bodega de Napa Valley, pero esa es otra historia que contaremos en otra ocasión.
Antes de terminar pudimos conocer al chef que pensó y realizó este maravilloso menú, Josh Severson y agradecerle por todo ello. No todos los días suceden estos acontecimientos que deleitan, emocionan y nos dejan sin palabras.
Ya por la mañana, hacer el check out era una mala noticia. Se me vino a la mente cuando de chico me quedaba a dormir en lo de mis primos y tocaban el timbre para buscarme luego de haber pasado unos días extraordinarios.
La magia llegaba a su fin, y no me refiero a la del mundo mágico que teníamos enfrente, sino la que sentimos aquí. Porque sentir un mimo, una caricia y que no sea de una persona sino de un lugar y su gente, es un sentimiento muy difícil de lograr y estaba sucediendo. Nos vemos pronto Westin. Sin dudas que si.
Más información
1030 W Katella Ave, Anaheim, CA 92802, USA