La mañana del 20 de enero en Pomerol se presentaba soleada pero fría, con una sensación térmica que rondaba los 5 grados. Esperábamos este día desde que comenzó el viaje. Teníamos un deseo creciente y un tanto vehemente que nos llevaba a recorrer esta zona mítica, en la que florecen entre sus caminos angostos, algunos de los Chateaux más prestigiosos del mundo.
La región de Pomerol
Nos encontramos exactamente a unos 35 kilómetros de la ciudad de Bordeaux, en la región de Pomerol, la cual se encuentra literalemente pegada a Saint-Émilion, otra de las regiones fundamentales para conocer y degustar vinos franceses, a la que le daremos su espacio en otra ocasión.
El Pomerol es una zona “distinta”, como un principado dentro de un país y para entenderlo es necesario el contexto. En la región de Bordeaux, unas 130.000 hectáreas son destinadas a viñedos. Pomerol se encuentra dentro de este número, pero su extensión es de tan sólo 800 hectáreas. En estas dimensiones minúsculas trabajan cerca de 200 viticultores, que producen unas 4 millones de botellas al año.
Pero su distinción no es por lo pequeño sino porque aquí se dan unos vinos de calidad excepcional y de una homogeneidad perfecta, y es debido en gran parte a su terroir, que constituye toda una entidad, como la existencia de un microclima especialmente favorable. El protagonismo del Merlot es total en Pomerol, ya que mientras el Cabernet Sauvignon no se adapta fácilmente a sus suelos y a su microclima, el Merlot alcanza su plenitud.
De todas la D.O.C (denominaciones de origen controlado) de la región de Bordeaux, Pomerol es quizás la menos conocida por el gran público y sin embargo, una de las más valoradas por los conocedores. La zona brilla con su propia luz, por sus condiciones naturales y porque ninguna de las casas que la integran se han apropiado de manera exclusiva de la zona.
Faltaban unos 20 minutos para nuestra cita y estábamos listos para partir. El GPS marcaba unos 8 minutos para llegar a nuestro destino. Nos miramos y sin mediar palabra estaba claro antes de llegar, nos perderíamos un rato por esos caminos angostos donde no estoy seguro que entren dos autos, rodeados de viñedos y adivinando que Cháteau nuevo veríamos en el recorrido.
Es muy fácil recorrer la zona y a cada paso descubrir un nuevo Château, uno al lado del otro, con muy poca distancia. Es que en estas 800 hectáreas todo esta cerca.
La Fleur-Pétrus
En medio de tanto viñedo, sobresalía a la lejanía una bandera predominantemente roja, que flameaba elegante. A medida que nos acercabamos, el GPS parecía decirnos que aquella insignia era nuestro destino.
Estacionamos muy cerca del mástil, frente al elegante Château de estilo clásico francés del siglo XIX que es la imagen de este lugar con su bandera orgullosa, flameando.
Tan sólo bajar del auto, fuimos recibidos muy gentilmente por nuestra anfitriona, Geneviève, quien nos comenta que si bien el clima no es el ideal esa mañana, sin dudas podría ser mucho peor.
Sin mucho preámbulo, nos dirigimos directamente a las vides, a entender en profundidad de que se trata este terroir que hace distintos a los vinos de este pedacito de la zona y además, poder conocer su historia.
Estos viñedos toman su nombre de sus vecinos, ya que de un lado tiene al afamado Pétrus (que no es Château ya que no tiene un castillo en su finca) y por el otro al notable Château Lafleur.
En los primeros años de la finca, los vinos se vendían bajo el nombre de Pétrus Lafleur, pero con el tiempo, su nombre pasó a ser el que tiene actualmente.
En la década del ´50 fue adquirida por Jean-Pierre Moueix, un comerciante de vinos de Libourne que ya poseía los derechos exclusivos de venta de Pétrus. Más adelante Jean-Pierre sería dueño también de Pétrus.
Actualmente el grupo Moueix es dueño de varias etiquetas en Pomerol, Saint-Émilion y en Napa Valley. Christian, hijo de Jean-Pierre (fallecido en 2003) está a cargo de La Fleur-Pétrus y su otro hijo Jean-François, es quien dirige Pétrus.
Ahora bien, estando tan cerca de las vides donde nace el archifamoso Pétrus, preguntamos en que se diferencian los terroirs y así poder entender que es lo que hace único e irrepetible al vecino de enfrente, cuya botella puede costar tranquilamente 10 veces más y quizás aún más, dependiendo la cosecha.
¿Qué hace que el terroir de Petrus sea tan único?
Pétrus se encuentra en la parte superior de la elevación más alta en la meseta de Pomerol, es la única colina hecha completamente de arcilla. Esto le da de por si un drenaje natural. La arcilla es lo que hace que el vino sea tan especial y único.
De hecho, este tipo de arcilla, llamada arcilla azul, no existe en ninguna otra región productora de vino del mundo.
Estos suelos arcillosos tienen al menos 40 millones de años. La grava gruesa en la meseta circundante tiene solo 1 millón de años.
La mayor parte de arcilla azul en la meseta de Pomerol es de aproximadamente 20 hectáreas en total. Pétrus es único ya que todo su viñedo de 11.5 hectáreas está justo encima de la arcilla. Los viñedos vecinos solo tienen una porción de arcilla azul en su suelo, como es en el caso de La Fleur-Pétrus.
La arcilla de Pétrus crea uvas con el nivel más alto de taninos en Pomerol y para la mayor parte de Burdeos, mientras que al mismo tiempo, crea taninos que también se encuentran entre los de textura más suave.
El viñedo de Château La Fleur-Pétrus de 18,7 hectéreas, se compone de tres grandes parcelas ubicadas en un subsuelo de arcilla común, rico en hierro. Cada parcela se caracteriza por grava de diferentes tamaños y densidades.
Estos 3 tipos de terroirs, si bien poseen las características de los subsuelos de la meseta, tienen matices y características complementarias, que dan como resultado un vino generoso y expresivo con predominio de fruta negra.
Entre las 3 parcelas hay un 92% deMerlot, un 6% de Cabernet Franc y un 2% de Petit Verdot.
Luego de recorrer las vides y conocer sus secretos, entramos al Chàteau, y allí con un gran mapa de la zona, pudimos ver con más claridad esto que nos explicaba afuera: cada zona, bien delimitada, con sus caracteristicas propias, y como resultado, un vino único y original.
La degustación
Inmediatamente después de conocer cada uno de los procesos de producción (la clasificación de las uvas, su vinificación, su paso por barricas de roble, etc) llegó finalmente el momento más esperado. Para ello, fuimos invitados a un salón de estilo clasico, muy amplio, con una gran mesa de degustación y grandes ventanales, donde el sol nos saludaba gentilmente y nos invitaba a experimentar este gran vino.
Geneviève se ausentó unos minutos y al volver trajo un vino del 2016, una de las mejores cosechas de estos últimos años.
Este increíble ejemplar se compone de Merlot en un 91% y el 9% restante de Cabernet Franc. Su color es marcadamente rojo, más cercano al rojo de la sangre y al acercar la nariz, ya se nota un vino con aroma a frutas negras, con cuerpo, con algunas semejanzas a los de nuestras tierras, salvando las distancias, claro está.
Al saborearlo y llevarlo por toda la boca, La Fleur-Pétrus exhibe notas tales como ciruela, cuero, arándano, cereza roja, vainilla y café. Tiene cuerpo, bastante cuerpo, se le siente su paso por madera, algo vital y necesario en este tipo de vinos.
Su final en boca es más que alargado, se lo disfruta plenamente.
Este vino será ideal tomarlo en unos 5 años, si bien ya tiene 4 desde su cosecha, una guarda de entre 8 y 10 años lograrán sin dudas sacar todo su potencial.
El precio de esta cosecha es de unos 160 euros. Sin dudas una de los secretos mejor guardados de la zona.
Nos despedimos de nuestra nueva amiga y de este memorable lugar, todavía con el sello de ese vino intenso y grandioso en la boca, con ganas de un trago más para alargar su sabor y poder recordarlo hasta que lo volvamos a disfrutar.
Porque Château La Fleur-Pétrus, no es un vino más, es el vino que de aquí en más elegiré para celebrar y disfrutar esos momentos imborrables que nos propone la vida.
Château La Fleur-Pétrus
7 rue de Tropchaud • 33500 Pomerol • France